lunes, 8 de marzo de 2010

El amor, las bodas y la política eclesiástica (1 Corintios 12 - 13)

Hace unos días recibí un correo que decía unas cosas hermosas acerca del amor. Daba una sencilla aplicación a la palabras del apóstol Pablo en su primera carta a la iglesia de Corinto (1 Corintios 13: 4 - 8) cuando habla del amor.

Sin embargo, concentra su aplicación al amor matrimonial, y lo toma como lectura para las bodas. Aquí el apóstol Pablo no está hablando a los enamorados, ni del amor entre éstos (aunque está incluido), está hablando a una iglesia con severos problemas de división interna.



¿Amor?
Primero, tomemos en cuenta que el contexto del pasaje incluye de manera general todo lo dicho en la carta entera y, de modo particular, lo dicho en el capítulo 12 de 1 de Corintios; y como "Todo texto fuera de contexto es un buen pretexto"... revisemos el contexto.

La motivación del apóstol a recordarnos cómo es el amor verdadero no son los problemas maritales (aunque en dicha iglesia también había graves problemas de este tipo), sino recordarnos cómo debemos amarnos los hermanos en Cristo unos a otros (casados o no) en virtud del amor que Cristo nos mostró. Debemos recordar que en la mente del apóstol Pablo siempre estaba en el centro de su pensamiento una sola cosa: Cristo.

Para Pablo, el problema de la iglesia en Corinto tenía su nacimiento en que los hermanos habían dejado de tener a Cristo como el centro de toda su vida, por lo cual habían surgido disenciones entre los hermanos, algunas de carácter doctrinal y otras de carácter social; pero todas a causa de que en sus corazones (los de todos ellos) no estaba Cristo como el centro unificador de sus vidas.

Es en esta perspectiva que él les amonesta, respecto a diversas cuestiones, pero todo lo que tiene que ver con las relaciones entre humanos se resume en que no están actuando con sus hermanos con el amor que Cristo nos ordena actuar (nótese y recálquese que no dije "sentir"). Y no pueden actuar con ese amor si no están en un mismo Espíritu (1 Corintios 12: 11 - 14), a saber, el de Cristo, el Espíritu Santo.

La honra y el amor
Entre las disenciones que había en la iglesia de Corinto, una era la "honra" de tener dones espirituales "mayores" o "mejores" que otros hermanos. Pablo les aclara que no debemos despreciar ni honrar a nadie a causa de sus dones, pues todos ellos son repartidos por el mismo Espíritu de Dios (1 Corintios 12: 4 - 11).

Luego nos dice que los creyentes somos un cuerpo (en unidad orgánica y funcional) con Cristo como la cabeza (quien ordena las cosas y a quien todos nos sujetamos), y que debemos actuar como tal, buscando siempre cumplir con la voluntad de Cristo ayudándonos unos a otros por medio de los diversos dones o funciones orgánicas, para la gloria de Cristo; y buscando la honra de los demás hermanos porque esto es la honra de Cristo como cabeza del cuerpo.


El camino más excelente
Termina Pablo de hablar del cuerpo y de los dones diciéndonos que él conoce una mejor forma de dar honra a Dios que la aplicación de los dones maravillosos: amar al prójimo.

Comienza hablando del don de lenguas, el don de profecía y el don de la generosidad (mismos que al parecer eran tenidos como muy "honrosos" y, al parecer, Pablo mismo tenía). Pero de todos ellos, Pablo aclara que no son nada (ni "honrosos", ni útiles, ni buenos) si no los ejerce por amor y con amor (de nuevo un verbo, una acción).

Entonces comienza a describir qué cosa es actuar con amor. Y el amor que describe es el amor de Cristo por su iglesia (luego le diría a los maridos de la iglesia de Éfeso que deben amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia: Efesios 5: 25). No obstante, hasta ahora no ha hablado del amor en las relaciones matrimoniales, sino de la relación de los hermanos, de la política dentro de la iglesia, de cómo deben comportarse unos con otros en Cristo.

Soli Deo Gloria

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