domingo, 30 de octubre de 2011

Iglesia reformada, siempre... ¿deformándose?

Uno de los lemas de los creyentes reformados en siglos pasados era: "Iglesia reformada, siempre reformándose" o algo muy parecido, pero definitivamente tenía que ver con la idea de que la reforma no era un evento único ocurrido en un determinado y remoto momento de la historia, sino un hecho continuo en la vida de cada creyente. Pareciera que en la actualidad dicho lema fuera: "Iglesia reformada, siempre deformándose".

No todos los creyentes en lo individual viven de esta forma, pero pareciese que ésa es la dirección que la mayoría de las iglesias reformadas de mi localidad han tomado; me parece que es la tendencia general, y tengo motivos para aseverarlo (no sólo un feeling).

¿Qué es reformar?

Como siempre, es bueno comenzar por el principio. La palabra "reforma", de la cual derivan los términos "reformado", "reformacional" y otros a fines, tiene dos partículas: el prefijo "re-" que significa "Repetición"(Diccionario de la Real Academia Española), y el sufijo "forma" que en este contexto es: "Modo de proceder en algo. Molde en que se vacía y da forma a algo" (Diccionario de la Real Academia Española). Por supuesto, no podemos basar todo nuestro entendimiento sobre el término únicamente en un par de definiciones de diccionario. Hay un texto bíblico que hace alusión al concepto aunque no a la palabra:

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:1-3 | RVR1960.)
Ésta es la primera definición de la reforma, y la encontramos en las cartas del apóstol Pablo, en el s. I, no en el s. XVI.

En el texto anterior resalta la presencia de las partículas "forma" en cuanto a amoldarse o adaptarse[a] al mundo y la partícula "re-" en el concepto de volver a hacer nuevo nuestro pensamiento. La idea del apóstol Pablo es la de no tomar la forma, las actitudes, las intensiones que este mundo exige que tengamos, sino someter nuestro entendimiento (y por ende, todo lo demás de nuestro actuar) a "la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". Queda manifiesto que no debemos amoldarnos a las formas de vivir de "este mundo"; pero ya estamos amoldados a él, pues somos pecadores. De ahí proviene la necesidad de re-amoldarnos o reformarnos, para amoldarnos ahora a la forma de vivir que agrada a Dios.

La deforma

Por supuesto, nuestro corazón está siempre dispuesto a apartarse de Dios. Estamos corrompidos en cada aspecto de nuestro ser. Manchados por el pecado. Enemistados con Dios a causa de nuestra rebeldía.

Por lo tanto, nos es imposible amoldarnos o conformarnos a la voluntad de Dios. Siempre queremos hacer nuestra voluntad. Nosotros decimos saber lo que está bien y lo que está mal. ¿Cómo podemos alegre y confiadamente seguir las instrucciones de un Dios que no podemos ver con nuestros ojos ni oír con nuestros oídos, si no reconocemos que es Él quien decreta lo que es bueno y lo que es malo, que es además justo, santo y perfecto en una escala que no podemos ni comprender ni imaginarnos?

Esto es verdad en todo ser humano, creyente o no creyente. Aún redimidos, seguimos siendo pecadores, y nuestra naturaleza malvada nos arrastra a rebelarnos contra Dios. Quizá de un modo abierto y descarado, quizá de manera sutil y encubierta; pero hasta que no venga Cristo a juzgar al mundo y a iniciar la tierra nueva y el cielo nuevo, siempre tendremos esa naturaleza que es nuestra y deberemos luchar contra ella. Y esta es la diferencia entre el redimido y el condenado: los redimidos queremos obedecer y lo intentamos aunque no siempre lo logremos, pero los condenados no pueden desear obedecer a Dios ni seguir a Cristo y tampoco lo hacen; y por las misericordias de Cristo, el Espíritu Santo nos capacita para ser más obedientes y dóciles ante Su Palabra de modo progresivo.

Hago énfasis en el hecho de que aún siendo creyentes somos pecadores, no para martirizarme, sino para que nos mantengamos alertas ante las acechanzas del diablo. Porque es a la iglesia de Cristo, a su desposada, a la que quiere engañar y llevar al error. Los pobres que no han sido transformados por el Espíritu Santo no le preocupan, mientras sigan siendo lo que son: unos condenados. Y es precisamente en este punto en el que le es más fácil hacernos caer. Nuestro orgullo innato nos predispone a aceptar como verdad cualquier vana exaltación de nuestro diminuto, enfermizo y despreciable ego; nos es muy fácil cerrar los ojos ante los pecados que cometemos, hasta llegar al punto de no necesitar cerrarlos para no sentirnos culpables, de creer que ya no pecamos o al menos no tanto como dice mi hermano desde el púlpito cuando lee la Biblia.

Como R. C. Sproul Jr. dice[b]: no es que hayamos creado filosofías perversas y que luego, al seguir dichas filosofías, nuestros actos se hayan corrompido; por el contrario, nuestros actos corrompidos nos llevan a crear filosofías perversas que ayuden a justificar nuestros perversos actos. Toda nuestra naturaleza nos lleva a envanecernos en nuestros propios razonamientos para entenebrecer nuestro entendimiento y no ser más conscientes de nuestras transgresiones, para así cambiar la verdad de Dios por la mentira. (Romanos 1:18-25).

De este modo, en la vida diaria de todo creyente, existe el riesgo continuo de cambiar algo en la forma en que entendemos la Biblia.

Reforma, no revolución

Algo importante, es que la reforma consiste en volver al origen. El origen siempre está en Cristo y en el testimonio escrito que tenemos en la Biblia. No se trata de cambiar lo que existe por que haya algo mejor; se trata de recuperar el curso que debimos haber tenido desde el principio y que hemos abandonado por seguir las mentiras que nuestra corrupta naturaleza pecaminosa nos lleva a creer.

La reforma del s. XVI no surgió como una revolución, ni siquiera como una protesta. La intensión de Martín Lutero[c] al clavar sus 95 tesis[d] en la puerta de la iglesia de Wittemberg no fue violentar a la iglesia —de hecho, la puerta de la iglesia era usada como pizarra de boletines y anuncios para la comunidad universitaria, y al escribirlas en latín queda claro que su deseo era llamar a los académicos a discutir los asuntos expuestos en ellas. La intensión de Lutero nunca fue separarse de la iglesia de Roma, sino denunciar los abusos cometidos en nombre de ella, para ayudarla a regresar a la verdadera y auténtica fe. Nunca intentó hacer algo nuevo, ni una nueva iglesia, ni una nueva religión; por el contrario, su deseo era regresar a la forma original, a lo que decía la Biblia acerca de Cristo y de su pueblo.

En particular, el asunto que incitó el evento anteriormente descrito tuvo que ver con la venta de indulgencias realizada por Johann Tetzel[e]. Hago hincapié en que fue contra la venta realizada por Tetzel, no por la venta de indulgencias, ya que al principio Lutero no tenía reparo contra las indulgencias per se; más bien lo que lo indignó fue la manera en que este monje dominico las vendía, su mercadotecnia. (Posteriormente, al revisar los argumentos bíblicos respecto a las indulgencias, las desecharía por completo.) Lo que Lutero veía de terrible era que el método para lograr vender (literalmente "vender", a cambio de dinero) dichos documentos era la intimidación que, según él llevaba a la atrición[f], en vez de a la contrición[g]. Ambas palabras implican arrepentimiento, pero la diferencia radica en los motivos para llegar a ella. En la atrición, Lutero ve que el centro y fin de la penitencia es el creyente, mientras que en la contrición, es Cristo. Originalmente no levantó controversia por la doctrina de la justificación por sola fe, sino por la comercialización escandalosa y abaratada del evangelio.

Actualmente veo que la mayoría de las llamadas "iglesias protestantes" (incluidas las históricamente conocidas como reformadas, incluso calvinistas) buscan continuamente la novedad; el cambio para ser únicos, distintos, diferentes, especiales... para incluir a todos los seres humanos que sea posible y, de este modo, "traer a más personas a los pies de Cristo". En nombre de esto he visto herejías entrar a las iglesias: El dios de la lámpara de aladino ("pide lo que quieres y se te dará"), El dios que "ama" a todos ("Dios no puede ser tan malo, al final nadie, ni siquiera el diablo [!!!], se va a quedar en el infierno"), El dios casual ("No importa como vengas, con tal de que vengas"), El dios mentiroso ("Hermanos, yo ya no peco porque soy cristiano"; cf. 1 Juan 1:8-10), El dios terapéutico ("Si tienes problemas, dios te los resuelve; si te sientes decaído, aquí puedes recargar las pilas; si tienes baja autoestima, nosotros comoquiera te queremos"). ¿No es esto un abaratamiento del evangelio? ¿No es un insulto al Santo Dios (ahora sí, con mayúscula) que revela la Biblia? ¿No es quitar de la Biblia la palabra gracia[h]? ¿No es convertir a Cristo en un títere mediático? Nosotros no somos los responsables de los resultados que el Señor de a su mies. Somos simples siervos inútiles (Lucas 17:10). No nos corresponde elegir la estrategia mercadotécnica más conveniente. El Evangelio no es un producto que esté a la venta al mejor postor (Hechos 8:9-25).

Si bien es cierto que nuestra depravada naturaleza pecaminosa nos empuja a hacer el mal y a buscar formas de socavar la riqueza del Evangelio, no debemos rendirnos ante ella. No tratemos de encontrar "nuevas formas de agradar a Dios". Él ya nos reveló cómo agradarle y se encuentra en las Escrituras; cualquier otra forma de buscar "agradarle" le desagrada. Debemos regresar al origen, a la fuente, al camino recto. Arrepintámonos de corazón, no porque nos vaya a disciplinar (aunque sí lo hace, y si no nos arrepentimos seguramente lo hará), sino por el hecho de saber que le hemos ofendido.

¿Cuál es nuestra responsabilidad?

Si me preguntas: "Yo no me he desviado de la sana doctrina, ¿por qué me he de arrepentir por los pecados de mis hermanos?", te responderé: ¿No eres tú acaso guardián de tus hermanos? ¿No eres guarda del don de Dios y la sana doctrina? ¿No estamos todos llamados a tener unidad en Cristo? Si permitimos que nuestros hermanos yerren, estamos faltando a nuestra responsabilidad de amor para con Dios respecto a ellos (1 Juan 2:8-11). El pecado de la Iglesia es el pecado de todos los que somos miembros del cuerpo de Cristo; si uno está enfermo, todo el cuerpo se duele; si uno tiene necesidad, los demás le sustentamos. Si un hermano se desvía, tenemos, como Iglesia, la responsabilidad de amonestarle y corregirle en el amor de Cristo.

Eso era lo que Lutero pretendía, pero los jerarcas en la cúpula eclesiástica no quisieron escuchar la palabra de Dios y, en vez de ello, lo excomulgaron y lo declararon hereje por pedir que se le refutara con la Biblia. Si hay alguien a quien llamarle cismático, no es a Lutero, sino a aquellas personas en las iglesias que abandonan la palabra de Dios para seguir a sus propios y oscuros (entenebrecidos) razonamientos. No importa si una congregación termina dividida, o si los "hermanos" dejan de asistir a la iglesia, o si dejan de ofrendar o de diezmar. El verdadero cisma es arrastrar a los creyentes lejos de la sana doctrina. Si ha de haber quienes salgan de entre nosotros, que así sea; la Biblia nos dice que esto ha de ocurrir (1 Juan 2:19).

No dejemos que la concupiscencia, el pecado ni el mundo gobierne en las iglesias. No hagamos las iglesias similares al mundo para atraer al mundo; hagámoslas como Cristo manda para que el mundo las aborrezca (Juan 15:18-27; 1 Juan 2:15-17) y los nuevos arrepentidos tengan dónde refugiarse del mundo. Reformémonos, volvamos a amoldarnos a la forma de Cristo.

Soli Deo gloria.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Laicismo y libertad religiosa en México

En una nota publicada por La Jornada el 9 de septiembre de 2011, describen cómo en San Rafael Tlanalapan, en el municipio de San Martín Texmelucan del estado de Puebla "el párroco Ascensión Benítez incitó a sus feligreses a que presionen a los evangélicos para que se vayan del pueblo". En respuesta a dicha incitación personas catolico-romana de la población
amenazaron con linchar y crucificar a evangélicos. Advirtieron que no tolerarán a nadie que no comparta el credo mayoritario en la localidad y advirtieron que los evangélicos deberán irse antes del lunes [12 de septiembre].
Como respuesta a estos eventos, "el secretario general de Gobierno, Fernando Manzanilla, minimizó la situación y dijo que sólo se trata de 'diferencias de fervor religioso'".

El resto del artículo entra en detalles respecto a cómo sucedieron los hechos previos y posteriores. Luego hay una larga lista de comentarios de lectores, la mayoría muy bien intencionados, según ellos, pero casi todos basados en la definición del estado mexicano como laico. La mayoría de los comentarios van dirigidos hacia los católicos y el párroco de de dicha comunidad, pero otros critican al gobierno por su falta de acción en contra de los revoltosos y en particular del incitador. Hay también una minoría de comentarios dirigidos en contra de los evangélicos (en el artículo les llaman erróneamente "evangelistas"), ya sea directos o como respuesta a muestras de apoyo a favor de estos últimos.

Lo que a mí en particular me preocupa de la situación no es que se haya profanado el derecho de los protestantes a profesar la fe que ellos elijan, ni que un líder religioso esté incitando de ese modo a su feligresía, ni que el gobierno parezca lavarse las manos y solapar al autor intelectual de un crimen en potencia, ni que la gente se deje manipular a esos extremos; nada de lo anterior me preocupa ni me asombra, pues ha ocurrido desde el inicio del cristianismo, tanto desde grupos opositores, como el gobierno e incluso desde dentro de la misma iglesia (no en balde está tan dividida, ya el apóstol Juan lo había anunciado en 1 Juan 2:19-29). No. Lo que me preocupa es que esto ocurra casi como una copia al carbón a diario en múltiples comunidades apartadas (unas más que otras, y otras menos) en distintos estados de la república --particularmente los del sureste--, y que los cristianos en México sigamos creyendo esa mentira de la libertad religiosa.

Seamos honestos. No hay libertad religiosa en México. Existen muchos tipos de violencia ejercida sobre las minorías religiosas en nuestro país (las únicas realmente protegidas por el gobierno, son aquellas que puedan atraer al turismo y el catolicismo romano), aún en nuestro Monterrey cosmopolita en Nuevo León ("Estado de ¿progreso?", "Nuevo León ¿unido?").

Desde que llegamos al preescolar nos inundan con imágenes de un (mítico) pasado heroico basado en un ferviente catolicismo romano: los dos grandes padres de la patria, Hidalgo y Morelos, eran católicos y miembros del clero, y hasta se nos queman las retinas con imágenes de Hidalgo portando el estandarte de la Virgen de Guadalupe. Este adoctrinamiento continúa durante toda nuestra educación básica (que se supone que es laica), pero es muy probable que dure hasta que finalicemos nuestros estudios. No obstante nunca se dice nada de los "protestantes" que eran miembros del gabinete del más ilustre presidente de México, don Benito Juárez García; ni de la participación de los "evangélicos" como pensadores durante la revolución mexicana; y mucho menos de que el Profesor Moisés Sáenz Garza (fundador del Sistema de Segunda Enseñanza, ahora conocido como Educación Secundaria) fuera un cristiano presbiteriano.

Por otro lado, de manera extraoficial, somos discriminados por las mayorías católicas como sectarios, rebeldes y fanáticos, lo cual lleva a su vez a una relación tensa entre los cristianos y los católicos, en parte porque a ellos nunca se les enseña a considerar la existencia de otros credos ni a lidiar con las dificultades que ello acarrea. Por consiguiente, extraoficialmente, somos mexicanos de segunda, y así se nos trata, poniéndonos motes y apodos pensados para humillarnos. Si a esto agregamos que no participamos en las licenciosas costumbres que la mayoría de los mexicanos católicos practican (aún contra la recomendación, e incluso, prohibición de la iglesia de Roma), el resultado es que somos excluidos de casi toda participación en los grupos sociales de la comunidad mexicana.

Además, tenemos en el país un partido político que abierta y expresamente apoya al catolicismo (y es apoyado por grupos de derecha católicos). De hecho, nuestro anterior presidente C. Vicente Fox Quesada, en su investidura presidencial asistió como feligrés a cultos públicos católicos y recibió al Papa, no como gobernante del país, sino, de nuevo, como feligrés, para luego decir que México es católico, y no que México es mayoritariamente católico. Por supuesto, Fox se justificó diciendo que él también tiene derecho a practicar su fe, y por supuesto que lo tiene, pero el problema es que lo hizo como presidente, como representante de los Mexicanos, sin tomar en consideración que hubo quienes incluso votaron por él y son cristianos. Sus actos prácticamente niegan la ciudadanía a los cristianos.

Para terminar, el gobierno rara vez ofrece apoyo verdadero en las situaciones en que el derecho a la libertad de culto de los cristianos está siendo violentado en México por mexicanos a mexicanos. Si hay una situación en la que el gobierno pudiera tener mayor injerencia al respecto, es precisamente esta.
Para muestra basta un botón. Respecto al caso presentado al inicio de este artículo, "La Secretaría General de Gobierno de Puebla cedió a las presiones de católicos tradicionalistas de la comunidad de San Rafael Tlanalapan y pidió a las familias de cristianos abandonar ese poblado del municipio de San Martín Texemlucan para protegerse de seguidores del sacerdote Ascensión Benítez González, quienes amenazaron con lincharlos y crucificarlos." (http://www.cristomorfosis.com/noticias-cristianas/familias-cristianas-evangelicas-abandonan-el-municipio-de-san-martin-texemlucan). En este mismo artículo se menciona que pese a haber presentado pruebas, no hay reacción por parte del gobierno, y el presidente municipal, simplemente dijo "que siempre estará con lo que decida 'la mayoría del pueblo'". Finalmente, el lunes 12 de septiembre, el arzobispo del estado de Puebla, Monseñor Víctor Sánchez Espinosa, tras invitar a los habitantes de la comunidad "a respetar ideologías y creencias", dijo:
Pero también a los hermanos cristianos, les pedimos prudencia y respeto porque ellos se sienten agredidos en su fe al poner un templo junto a la iglesia católica.
De modo que los culpables de todo son los cristianos por llegar a un lugar al que no debían.

Me río de la tolerancia religiosa en México. Uno es libre de expresar sus ideas, siempre que no vayan en contra de la forma de pensar del que te oiga. Y si eres agredido, la culpa es tuya, por ser diferente. Vaya tolerancia. Vaya laicismo.

Es sumamente preocupante que haya cristianos que sigan creyendo que dicha tolerancia existe, precisamente porque o (a) no se dan cuenta de la agresión que reciben, es decir, lo consideran normal, o (b) no reciben dicha violencia porque no son diferentes de los demás.
No me asusta que haya agresiones sutiles, del calibre poblano u otro mayor, porque Cristo mismo dijo "En el mundo tendréis aflicción" (Juan 16:33). Además aclara la naturaleza de los ataques que recibiremos por ser cristianos: "Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que a ustedes, me aborreció a mí" (Juan 15:18), de modo que esas personas que nos odian, lo hacen porque no toleran a Cristo reflejado en nosotros.

Pero sobre todo, tengo la confianza de que nada que me puedan hacer sale del misericordioso control soberano de Dios sobre su creación para con nosotros. Simplemente recordemos su respuesta ante Pilato: "No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba" (Juan 19:11), dando a entender que la autoridad y la capacidad que él tenía de matarle provenía de Dios mismo. Y por si eso fuera poco, el versículo que cité antes respecto a la aflicción, Jesús mismo dice: "pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33); a ese mundo que nos odia y no nos puede ver, a ese gobierno que solapa (cuando no dirige) las agresiones y campañas contra los cristianos en cualquier parte del mundo, Él los controla y ya los ha vencido.

Repito: me río del supuesto laicismo en mi país. Pero sé que Dios tiene a estas personas que se levantan contra Su Iglesia en su mano, listo para aplastar a los que se oponen a la verdad de Cristo cuando el juicio llegue. Mientras tanto, a nosotros nos queda rogar la misericordia de Dios para con ellos, quién sabe si acaso entre ellos habrá hermanos que aún no se hayan convertido.

Soli Deo Gloria!


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martes, 12 de julio de 2011

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Presidentes, evangelios y confianza en Dios (fe)

Esta semana ha estado circulando mucho en mi red social un video del presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, hablando en un congreso cristiano. Muchos han comentado que qué buen discurso, que nos anima a salir adelante, que qué bueno que tenemos un presidente que confíe en Dios... Los comentarios abundan.

Una persona me envió un correo en el que expresa textualmente: “Me gustaría que me digas que sientes y que piensas de esto. Yo tengo sentimientos y pensamientos encontrados.” Antes de este correo, no le había prestado la más mínima atención a las palabras de Calderón, pero ahora me sentí obligado a escuchar lo que decía, y con la mayor atención posible. Así que abrí en mi navegador el link del dichoso video.

Lo siguiente es mi respuesta al correo que me fue enviado.

domingo, 17 de abril de 2011

Confianza en Dios pese a la violencia indiscriminada

He escuchado muchas veces que el mundo en el que vivimos – la sociedad, la comunidad, la política, la educación… – está corrupto y lleno de violencia de muchos y muy diferentes tipos. En los últimos años hemos visto en México – y en mi caso particular, en Nuevo León – una escalada, un incremento de la violencia en la sociedad. Hace cinco años era noticia que hubiera algún ejecutado, secuestrado o un tiroteo en alguna parte del estado; ahora ya aburre ver tanta violencia, nos hastía, ya nos hemos acostumbrado a tenerla presente, a la vuelta de la esquina, frente a nuestras casas, en el patio de la escuela de nuestros hijos… En todas partes hay violencia, violencia y corrupción.

sábado, 5 de marzo de 2011

El amor propio y el ego

Con frecuencia (cada vez mayor) oigo o leo que cristianos e incluso predicadores cristianos hablan de la necesidad de amarnos a nosotros mismos para poder cumplir con el segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39; 1 Juan 4:21; Levítico 19:18; Mateo 19:19). Me preocupa el hecho de que han tomado un mandamiento de la Biblia, lo han sacado de contexto y le han dado la vuelta a las palabras para que digan algo que nunca afirma la Biblia: “primero debes poner tu esfuerzo en amarte a ti mismo para luego poder amar a los demás.”